La Semana Santa es el momento central de nuestra vida como cristianos y cristianas. En nuestras comunidades acostumbramos a tener durante estos días una serie de vivencias personales que marcan profundamente la vida espiritual de los miembros de las mismas. Pero este año es un año lleno de paradojas:
● Cada año se nos invita (e insiste) a vivir comunitariamente esta celebración. Pero ahora la viviremos confinados y viendo los Oficios desde una pantalla de ordenador y/o televisión.
● La Semana Santa es una oportunidad privilegiada de construir comunidad, pero ahora solo podemos tener como comunidad el reducido grupo de personas (las familias o comunidades) con las que llevamos ya 3 semanas de confinamiento.
● El lavatorio de pies conmueve: es arrodillarse para tocar con reverencia los pies de aquella persona a la que deseamos servir. Es amar y dejarse amar. Pero tendremos que expresar este deseo de ponernos a los pies de los demás de otra manera.
● Es la celebración de la Vida que triunfa sobre la muerte, pero también en estos días conviviremos con la temida “curva ascendente” de muertes por el coronavirus.
Se nos invita a transformar estos límites en oportunidad. El confinamiento, especialmente en los días santos, debe servirnos para salir de nuestras rutinas reducidas, para salir de nuestra propia tierra y dirigirnos a un lugar mucho más profundo, donde Dios nos espera para bendecirnos.
Hay dos actitudes fundamentales que nos ayudarán a situarnos en esta celebración: la primera es la sencillez (no solo por el tono litúrgico, que también). Estamos bombardeados de tanta información en las redes, que necesitamos serenarnos. Por eso la propuesta que hacemos es sencilla y solo para momentos específicos. Pero, en segundo lugar, la sencillez no está reñida con la profundidad, ya que deseamos hacer una propuesta que invite a cada persona a vivir la profundidad del misterio que estamos celebrando.